miércoles, junio 21, 2006

Invitada

Un amigo me pide que aloje en mi casa unos días a alguien que define como muy especial. Y tanto. Sólo come algas en un amplio abanico de colores y texturas que van del negro al verde. Su piel unicamente admite el contacto con prendas de algodón cien por cien, como en una perpetua primavera. Cada día pone las prendas en el cesto de la plancha con delicadeza oriental y una sonrisita que hace invisibles sus ojos.
Me paso el día entre las brumas de mi central de planchado- el sistema de vida zen da mucho trabajo y es caro. Como pago por mis bondades culinarias, pues la compra y pago de dichas viandas corre por mi cuenta, se ofrece a darme un masaje.
Tumbada en el suelo, la contemplación de las pelusas bajo mi cama me ofrece una nueva perspectiva de la necesidad urgente de una asistenta. Solo puedo definir el masaje como viril. Hunde sus fuertes dedos en los resquicios de mis pobres vértebras y luego me da pataditas en los flancos. Para acabar, el balanceo frenético con el que me obsequia hace que mis fluidos intestinales adquieran una dimensión casi burbujeante.
Minutos después mi cuerpo se ha transmutado, sin necesidad de reencarnación, en un acerico donde clava sus agujas de acupuntura con implacable insidia. Sentada sobre mi grupa, (y pesa, ¿como pueden cundir tanto las algas?) en la única zona que las agujas han dejado libre susurra: Tu pensal mucho, mientras me golpea el cráneo con un martillo acabado en un clavo romo que acaba de sacar de una bolsa de tela. Cabeza dula, dula. Asiento sintiéndome como un televisor con antena y rogándole a dios del signo que sea, que no sea capaz de leer mi pensamiento. El olor del incienso es tan fuerte, que creo que me esta empezando a provocar alucinaciones.
Mientras me extrae las agujas me augura futuros problemas de páncreas.
Después de esta experiencia límite me noto inquieta. Me sorprendo dando vueltas a la manzana y yendo a comprar yogures por tercera vez. Tengo miedo de volver a casa y que me haga otro ofrecimiento. Esta mañana me he encontrado un pequeño caracol en la ducha.
La oigo recitar sus mantras. Me voy a El Corte Inglés.

2 comentarios:

Garrapata dijo...

Yo también tengo uno de esos... uno especial.

Se sienta todos los días frente a mí. Su mirada está fija en la pantalla. Continuamente. No desvía la mirada, no habla, no participa en las
conversaciones, no atiende a lo que dicen los demás, no se mueve, no se ríe, no bebe agua que no sea la que contiene su botella, no resopla, no se levanta. Sólo para ir al baño. Mi imaginación echa a volar. Camina como arrastrándose, en cierta forma como si le costara. Descubriendo una incipiente barriga y calva, a pesar de su juventud (¿para qué la querrá?). Le he apodado como a
cierto personaje de videojuego (http://images.google.com/images?q=lechuck. No sé, me imagino que en el baño se quita la máscara. Quizás sea un fantasma. O un extraterrestre. Quizás en vez de tener lo
que tenemos todos, tenga un algún extraño aparato artificial, causa de su
problemática social.

Lo único que he oído salir de su boca es algún sonido gutural. Lo he terminado por reconocer: es la respuesta a mi saludo. Tampoco es que yo sea en exceso hablador, pero su forma de ser me genera una absoluta desconfianza. Me mente divaga y pienso que algún día tendré que partirle la cara tras alguna traición.

Cuando llego, él está allí. Cuando me voy, él sigue allí. Me pregunto si vive
en esa silla.

Marga F. Rosende dijo...

Igual es autista...Garrapata. Me da pena.Gracias por tu generoso texto.
Un beso