Maricones
Mi gimnasio tiene goteras y fotos de gente sudorosa con calentadores de los ochenta versión original pre-Madonna. El lugar donde me engaño cada día pensando que lucho contra el paso del tiempo a golpe de pedal es cutrecito. Pero los turgentes cuerpos- masculinos- no -disponibles que deambulan entre instrumentos de tortura no lo son.
El día del orgullo gay está cerca. Y Chueca también. Una servidora ya se había dado cuenta del agradable afloramiento de biceps y triceps por la Gran Vía. No quiero trivializar mi post con estas imágenes tópicas del mundo queer. Además de estar más buenos que el resto de los mortales, un gay tiene un expediente académico por lo general mucho más brillante que un hetero. No, no voy a hablar que la mayoría de los artistas que en el mundo han sido entienden.
Hasta hace muy poquito las escasísimas parejas gay que se veían de la mano caminaban crispados, muy erguidos, como si se fueran a partir la cara con alguien. Normal, hay que tener un par para enfrentarse a las miraditas de soslayo y las risitas disimuladas. Ahora los veo caminar tranquilos, las manos suavemente enlazadas hablando o peleando, relajados.
Sin embargo, pese a los avances, el cambio es lento. Esta mañana oí un comentario de uno de los entrenadores del gimnasio al que me refería al comienzo: “Se ha llenado la Gran Vía de maricones”. Por un momento, pensé que igual que yo lo había oído lo habrían escuchado los demás. Creí que las máquinas de musculación y las cintas de caminar se pararían al unísono y todos “los maricones” se girarían, haciéndose un silencio insoportable. No fue así. De todas formas, el comentario del trainer me recuerda a cuando a las amas de casas las llaman marujas. En realidad no les importa que lo sean, es solo una forma de referirse a ellas.
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Mi gimnasio tiene goteras y fotos de gente sudorosa con calentadores de los ochenta versión original pre-Madonna. El lugar donde me engaño cada día pensando que lucho contra el paso del tiempo a golpe de pedal es cutrecito. Pero los turgentes cuerpos- masculinos- no -disponibles que deambulan entre instrumentos de tortura no lo son.
El día del orgullo gay está cerca. Y Chueca también. Una servidora ya se había dado cuenta del agradable afloramiento de biceps y triceps por la Gran Vía. No quiero trivializar mi post con estas imágenes tópicas del mundo queer. Además de estar más buenos que el resto de los mortales, un gay tiene un expediente académico por lo general mucho más brillante que un hetero. No, no voy a hablar que la mayoría de los artistas que en el mundo han sido entienden.
Hasta hace muy poquito las escasísimas parejas gay que se veían de la mano caminaban crispados, muy erguidos, como si se fueran a partir la cara con alguien. Normal, hay que tener un par para enfrentarse a las miraditas de soslayo y las risitas disimuladas. Ahora los veo caminar tranquilos, las manos suavemente enlazadas hablando o peleando, relajados.
Sin embargo, pese a los avances, el cambio es lento. Esta mañana oí un comentario de uno de los entrenadores del gimnasio al que me refería al comienzo: “Se ha llenado la Gran Vía de maricones”. Por un momento, pensé que igual que yo lo había oído lo habrían escuchado los demás. Creí que las máquinas de musculación y las cintas de caminar se pararían al unísono y todos “los maricones” se girarían, haciéndose un silencio insoportable. No fue así. De todas formas, el comentario del trainer me recuerda a cuando a las amas de casas las llaman marujas. En realidad no les importa que lo sean, es solo una forma de referirse a ellas.