viernes, septiembre 29, 2006


Buenos modales

Ejercer mi exquisita urbanidad en los medios de transporte público no es tarea fácil.
Sobre todo en lo que se refiere al espinoso tema de la cesión de asientos. Viajar sentada en bus me obliga a llevar a cabo una acelerada reflexión sobre la debilidad y la fortaleza del prójimo entre parada y parada. Decidir de un vistazo, quien es menos joven o esta más cansado o tullido que yo es ética y ontológicamente agotador. Y más si encima se lleva tacón.
Como un portero de campo de concentración a la inversa, tengo que decidir quien es el más débil de la cola de los que entran. Pero no para enviarle a la cámara de gas, sino a sentarse.
Complicadísimo.

Pica el bonobus una señora. Si yo tuviera sesenta años, saliera tan mona y tan peinadita a merendar con mis amiguetas y alguien me ofrece un asiento, me corto las venas. O sea que nada, trasero bien pegado a mi asiento.

Las embarazadas también tienen su enjundia. En ocasiones no se sabe si nos hallamos en el primer estadio de la gestación o del sobrepeso. El incauto ofrecimiento de la plaza puede ser motivo del desaire y exabrupto de alguna tripona deshabitada.

Los lisiados son una ecuación bien sencilla. Muletas, collarín, bastón igual a asiento. Facilismo, excepto por la inquietante circunstancia de que todos los lisiados se bajan siempre en la próxima parada.

Entra un jubileta. Perfecto candidato. Arrugadito y sonrosado. Tiene por lo menos ochenta años. Huele a colonia Nenuco. Es menudo y apenas llega a la barra sobre su cabeza diseñada por algún ingeniero mastodóntico del primer mundo ajeno a la verdadera altura del ciudadano medio. Se sujeta con ambas manos. Apenas roza la barra con las yemas.
Le ofrezco mi asiento. El viejete se estira y enseñándome una impecable dentadura de pago me dice:

-Señorita, ¿Soy alguno de los tres?.

Ante mi desencaje de mandíbula frente a pregunta tan teológica, el Séneca del 21, se queda colgado de un brazo y casi sin llegar con las puntas de los pies al suelo, y jugándose el coxis, señala con un dedito sacacorchos, un cartel a mi izquierda.

En él podemos ver tres siluetas, a saber:

Una embarazada con un vestido con canesú totalmente out
Un politraumatizado con cabestrillo y muleta
Un anciano con bastón y chepa.

Intento pensar a toda velocidad mientras el conductor deja convertida la montaña rusa del parque de atracciones en un columpio de párvulos. Medito mi respuesta, pisamos terreno resbaladizo.

No ,no, afirmo negando.


Desde luego no es ninguno de los dos primeros, y cualquiera se atreve a sugerir a esta jovial sonrisa con pantalón mil rayas que es el último.
Sacando pecho, satisfecho por la contundencia de su k.o , el púgil dialéctico del Inserso intenta meterse la camisa por el pantalón mientras esta a punto de partirse la crisma con el último trastabilleo del bus.

-Hay que tener humor ¿No le parece Señorita?. Tiene unas pupilas azul marino sin edad.

Asiento con la cabeza mientras constato que había olvidado considerar la galantería y la inmarchitable coquetería en el reparto de asientos.

No me vuelvo a sentar en el autobus. Demasiadas decisiones entre Goya y Princesa.
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miércoles, septiembre 27, 2006


Early in the morning
Primera hora de la mañana. Olor a café, arrullo de periquitos, gato regalón.
Timbrazo y carrerita hacia la puerta. Al preguntar quien es, una voz me responde:

- El agua.

Me visita el agua. Pego la córnea a la mirilla. La lente cóncava muestra una cabezota de mujer de la que cuelgan un cuaderno y una linterna al final de unos bracitos de alambre. El cuarto elemento me sigue hasta el mingitorio sin resuello, tras subir tres pisos sin elevateur.

Decía Keats que él era aquel que escribió su nombre sobre el agua. Pues bien, esta joven no escribe sobre el agua, pero está claro que la lee. En su abultado cartapacio cabría el registro de lecturas de Mesopotamia. Como poco.

Antes de proseguir con mi relato he de decir, que mi tendencia a decorar lo indecoroso me llevó a montar un encantador jardincillo sobre la mocheta donde se oculta el contador en el baño.
Consta el altarcillo de una treintena de pedrezuelas de río (compradas), tres cactus mejicanos ( papier mache), un frasco de cristal con arena del Sahara (pan rallado) y caracolas marinas (Tour Todo A Cien). Detrás, un espejo tipo cornucopia con el objeto de favorecer el efecto duplicación, que es la forma más barata de tener el doble de cosas y de espacio.

Sobre la marcha constato que mi intento de transmitir una digna espiritualidad queda quizá algo desvirtuado por la total extroversión del inodoro a droite (tapa levantada).

Como con tanto barroquismo es imposible levantar la tapa del mochete del contador, inicio el cambio de escenografía en directo. Cada vez que dejo un guijarro sobre la cisterna, los periquitos henchidos de adrenalina, reproducen el sonido con la sincronía del eco, pero quince octavas por arriba y con la garganta de Johnny Weismuller. Recortados contra la ventana, se sacan los ojos compitiendo por emitir el graznido más espeluznante.

Tras de mí, la cartomante hidraúlica se refleja en el espejo mientras realizo la operación. Sus ojos oscilan sin pestañear, entre el kimono Madame Butterfly que envuelve mis carnes tolendas, o el desmantelamiento pret a porter, que llevo a cabo. De pronto un tercer estímulo absorbe por completo su atención. Siguiendo la dirección de su mirada veo que, sobre el lavabo, un calzoncillo adolescente marca su territorio con espatarrada contundencia flanqueado por un dispensador de jabón art noveau. Si bien es cierto que, totalmente centrado y por fortuna, introvertido.

Sudorosa abro la tapita del mochete. La exégeta de contadores enfoca con la linterna al interior manteniendo una distancia prudencial. Al apuntar su lectura en el cartapacio cada uno de los siete dígitos es subrayado por un graznido que levantaría a un muerto de su tumba y mi gato hasta el momento silencioso, inicia su propio contrapunto dodecafónico maullando como si le arrancaran la piel a tiras.
Consciente de las consecuencias del desempeño de su tarea en el mundo animal, la joven se esfuerza en hacer el menos ruido posible de forma que el último número es apenas visible. Yo a mi vez, espero que no me pasen por error la factura de agua de algún millonario con piscina.
La joven se despide en un susurro mientras los pericos cansados del modo eco, lanzan tres graznidos pisando cada palabra.

La oigo bajar de cuatro en cuatro escalones las escaleras. En su loca carrera, esta vez sin respuesta sonora la visitante de baños se ha dejado el bolígrafo.
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lunes, septiembre 25, 2006

Parkour

Parkour

El Parkour es una forma de partirse los piños filosóficamente.

Su planteamiento es tan simple como el mecanismo de un chupete: se trata de unir dos puntos mediante una línea recta, que, al parecer, sigue siendo la forma mas económica de hacerlo.

Pero lo que tiene su aquel, es que dicha línea la dibuja a puro brinco un gachó, el traceur, que corre y salta cual primate para superar los obstáculos y mantener su insobornable trayectoria.
Una vez fijados el punto de salida y el de llegada, si hay que saltar se salta, si hay que trepar se trepa. Que se encuentra un árbol, se sube y de allí salta a otro, que se topa con un muro, se encarama a él y accede a una ventana.

Y no de cualquier forma, sino manteniendo compostura y estilo, tobillos de hormigón con apariencia de goma y dedos finos siempre dispuestos a agarrarse a una cornisa.

El traceur salta con la elegancia de una pantera, y si alguna vez su vuelo encuentra el suelo, no tuerce el gesto, ni resopla, ni se lleva la mano al glúteo o se limpia la rodilla con saliva. El traceur se levanta y sigue.

Para que luego digan que la juventud se tuerce, o que es inconstante o díscola. Su slogan: Ser y durar.

El Parkour salió del magín de un militar-bombero que lo ideó para que su hijo pudiera sobrevivir a los rigores castrenses. La escalada en el marco del ejercito no es asunto desdeñable, pero al mancebo le ponía más acceder a cimas mas palpables y con sentidos no exclusivamente verticales. Así que, colgó el cetme, y sustituyo árboles por edificios, y lagos por fuentes.
En realidad, esto no es nuevo. Hace cuarenta años ya lo hacía Mary Poppins, niñera inconsciente, acompañada de un deshollinador y dos párvulos por los tejados de Londres. Siempre me encantó esa secuencia, desde niña. Mi madre no encontraba la forma de desprender mis garras de la butaca del cine de sesión contínua donde la veía una y otra vez.

Si mi sacro fuera un poco más profano, me pondría una falda con crinolina y desde mi balcón saltaría a la cornisa del Centro de salud, de ahí a los Cubos de la Plaza de Santa Micaela, y luego de farola en farola, Gran Vía arriba, hasta llegar a los acogedores brazos de la Cibeles.



Podeis verlo aquí a escondidas de adolescentes y maduros emuladores, por Dios…no intenteis hacerlo en vuestras casas...
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domingo, septiembre 24, 2006


Elegía por el cierre del Cine Rex

Oh Rex , cine con baja autoestima,
donde Rita Hayworth vestía faldas de tergal
y John Wayne disparaba con pistolas todo a cien.
Varado entre un Hotel al que se entra de perfil,
y una tienda de ropa para suegras,
tus estrenos siempre parecían reposiciones.


Dispuesto contra tu pobre voluntad a ser Ave Fénix

pasas por una larga etapa de cenizas.
Vestido con terciopelo ajado,
en tu reencarnación te sueñas Capitol,
cine frontal y rotundo.


Tú, pobre cine de esquina,

puta vieja,
no tendrás en tu retorno,

plumaje tornasolado
ni alto vuelo.

Tras las cenizas de carbón sintético
volverás convertido en ave de Kentucky
o en mamífero transgénico
con salsa barbacoa o tártara.
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jueves, septiembre 21, 2006



Oda al Caballero del Pixel


Oh Caballero del Pixel,
ingeniero ingenioso
dotado para fletar cohetes y diseñar satélites,
sin embargo, generoso y humilde
hurgas con tus dedos finos de cirujano del software
en las tarteras informáticas del prójimo
curvando las esquinas del pixel hasta redondearlas.

Oh herrero cibernético,
Vulcano con disquette,
forjador de metales intangibles,
parco orador en HTML.

Filósofo, bien sabes que no cabe engaño entre el cero y el uno,
para que líneas y volúmenes se fragmenten
viajando entre vacíos,
y después de una pirueta cibernética,
reaparezcan ante los ojos
iluminadas y fieles.

Dedicado a David Fernández.



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martes, septiembre 19, 2006

Flying

Flying experiences. Volumen dos.

Con el avión a punto de despegar de la pista de aterrizaje de Heathrow observo, henchida de cosmopolitismo, que uno de los cristales del ventanuco sito a mi izquierda, no pasaría ni la itv de un inspector borracho.

Mientras, la aeromoza nos recuerda que, en el improbable caso de que se produzca una despresurización, respiremos con normalidad (¡) mientras observamos como empiezan a llover mascarillas de oxigeno del techo y nos estallan los tímpanos.

Evitando la recepción de ningún tipo de estimulo auditivo o visual más, mi mirada se fija por azar en un luminoso de British Airways colgado en una nave próxima. Algunos de los caracteres tipográficos tienen los neones fundidos, suministrando un titular involuntario: British ---ways.
Estilo británico, insuperable. Leer más...

viernes, septiembre 15, 2006


Coitus interruptus o La admiración tenía un precio.
Quedé ayer con un amigo junto a el oso de la Puerta del Sol. Tener que contemplar los genitales del plantígrado durante 20 minutos en contrapicado rozaba la zoofilia, así que subo dando un paseíto en dirección a Callao.

Como a punto de ser prensado, entre El Corte Inglés y la Fnac, un joven con aspecto de haber dejado una cátedra en Ucrania, toca el cello. A su alrededor, el caótico circular de compradores compulsivos y voluntarios de ong, que también piden, pero sin tocar nada.

Poder esperar mientras escucho la Suite para cello de Don Juan Sebastian, una de mis favourites ever, me llena de arrobo. Porque el rapaz agarra de las alas a toda la jerarquía angélica y me la planta ante los ojos cada vez que desliza el arco sobre las cuerdas.
Son numerosas las personas que depositan su óbolo en el canastillo habilitado al respecto. Cada vez que esto sucede, el violonchelista inclina la testa mientras el arco mantiene invariable su trayectoria y la mano izquierda su frenético movimiento, imprescindible para poner tanta serenidad sobre el asfalto.
Junto a mi, una chica escucha embelesada. Tiene el aspecto de una monjita en fin de semana.
Al acabar el primer tema, el músico aprovecha para ajustar una de las clavijas. Es entonces cuando la joven se desliza hacia el, y con dos deditos deposita una moneda en su mano. El virtuoso se levanta inclinando no solo el cráneo, sino también la cerviz, convertido en mendigo musical.

El ejecutante ejecutado se dispone a seguir tocando, pero la groupie babeante continua una perorata que mi oído de tísica no alcanza a oír. Como veo que pone los ojos en blanco, se lleva la manita al pecho y hace que se desmadeja, una de dos, o la cosa va de embeleso musical, o se le está declarando.
El concertista de aire libre hace un amago de sentarse para continuar, pero la moza le planta una zarpa en el antebrazo y sigue loando. El músico exhibe una expresión resignada, pero amable, no como yo, que debo tener cara de gorgona por haberme quedado sin regalo.
Por encima del hombro de la samaritana musical, el muchacho echa una mirada furtiva a la cesta, más sorda que Doña Rogelia, constatando arco en mano, que pierde a un ritmo de 2o centimos por palabra.

Y mi amigo llegó.
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miércoles, septiembre 13, 2006


Baretos
Añorando las cabezas de gamba en el suelo y a los camareros que enjuagan los vasos con los dedos, entre hace unos días con un grupo de amigos, en un bareto de antiguo cuño.

Pronto me pispé de que era una especie de bar transgénico, una especie de evolución hacia lo limpio de lo que íbamos buscando. El suelo sin un mal papel que llevarse a la retina y un no sé que impostado en los carteles taurinos que empapelaban el techo.

No busco a la gente joven, pero lo cierto es que la mayoría de mis amigos lo son. Decía Wilde que el problema no es que se envejece, sino que no se envejece. Y en mi interior habita una chavala de veintipocos con un packaging que empieza a estar un poco vintage, pero chulo, mal está que yo lo diga.
Pues eso, un bar (y van tres, esto parece un mambo), al que entro con mis cuatro amigos intelectuales de pro que acababan de invitarme a Zarzuela en el teatro de la idem con motivo del cumple de uno de ellos.

Al entrar me posiciono en el extremo. Al preguntar la señora camarera que tomamos y replicarle yo que un zumo de melocotón, me dice sin alterar expresión ni tono: Ah pero pertenece usted al mismo grupo.
Hay que imaginarse este aserto expresado con un estilo interrogatorio y afirmativo a la vez, desinteresadamente asombrado, no se si me explico, pero transmitía la emoción de los bivalvos que no había en el suelo.

Miro a mi derecha a ver si el hombre perfecto o similar se había personalizado a mis espaldas o si le hablaba a otro. Pero no, yo y mi mismidad continuábamos allí. Es a mi a quien habla. Asiento mientras percibo un cierto enervamiento y cariñosa tensión en mis acompañantes.

Nos sirve las cañas, en mi caso el zumo. Y juro que tuve que hacer una sesión de estiramiento de Pilates para poder alcanzar el vaso, que había situado tan lejos, que desde un punto de vista ontológico, ya casi no podemos decir que estuviera en la barra. Mientras, la posadera me mira mascando chorizo con la misma cara de palo.

Charlamos amigablemente y pido la cuenta. Aldonza Lorenzo me vuelve a decir: Ah, pero pertenece usted al mismo grupo. Cuento hasta cien, dudando entre mantener mi flema británica o escupírsela a la jeta.

Me voy a que me hagan un retrato, a ver si me lo hace el que pintó el de Dorian Grey.
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domingo, septiembre 10, 2006

Doctor Pavor

Constatando que en mi centro de salud no hay una enfermera caritativa dispuesta a sacarme un taponcillo de cera sin tener que pasar por tres trámites más y cuatro meses de espera, dirijo mis sordas pisadas hacia un centro privado.

El anuncio de que voy a dejarme la tela, pues no pertenezco a ninguna sociedad, me abre de inmediato todas las puertas, donde aparecen médicos con jeringas de agua en mano dispuestos a hacerme pasar un buen rato. Sin embargo, el otorrino al que me remiten tiene su puerta cerrada. Una enfermera sonriente y algo asustada ( luego constato que realmente lo está) me invita a pasar.

Frente a mi, un medico gigantesco dibuja con lápices Alpino. Sin levantar la cabeza me pregunta que me pasa. Luce un cráneo el rapado y una perilla fumanchú. Ni mi historial ni mi nombre le importan.
Suspira al levantarse y sin dejarme acabar, me lleva de la oreja a la silla metálica de barbero. Es entonces, cuando sin ni siquiera echar una miradita al interior de mis encantadores pabellones, coge una jeringa enorme, pequeña en sus manos de gigante, y un recipiente para residuos radiactivos amarillo y sucio que sujeto de un asa bajo mi oreja cual caperucita.

¡ Oh my God!, ¡ Sabía yo que mi lengua es a veces venenosa, y mi saliva mortal, pero había despreciado la potencialidad contaminante de mi cerumen! .

El Goliat leonardino, quizá deseoso de acabar el dibujo, me endilga un chorro con tal potencia y saña que mi conducto, incapaz de asimilar tamaño sunami, rezuma convirtiéndome en Miss Camiseta Mojada Madura.

La enfermera atribulada y atenta a mis expresiones de puro pánico con cada embiste hidraúlico musita “cuidado, cuidado”, con voz temblorosa.
Rodeada de mis propios residuos radiactivos, involuntariamente erótica, e intentando seguir mostrando mis cuarenta y tantas piezas dentales en modo sonrisa, le sugiero que aplique otro chorrito al oído izquierdo, donde repite un ritual de medicina precolombina similar.

Presa de entusiasmo tras la recuperación de uno de mis sentidos, bramo loas de agradecimiento infinito. Goliat alza tanto las comisuras que se juntan con los pliegues de sus ojos de chino.
-“Ojalá todas las enfermedades se curaran así, ¿ Verdad?”-me espeta activando incluso la función conativa del lenguaje, en un ataque de amabilidad afterhours. “¡Que llegara uno con los ojos mal y ¡ zaca!, se cure así de fácil” . Es en este momento cuando el galeno pintor y ahora histrión, se pone bizquear y desbizquear representando el resultado de alguna terapia similar a la del cerumen aplicada a la vista.

Echo un vistazo a su hoja de dibujos y las siluetas delicadamente entrelazadas me parecen estupendas. Me mira mirando y ahora de verdad me ve . Su expresión es la de alguien casi normal. Parecería que incluso espera un comentario o una respuesta.

Y, la verdad, comprendo que prefiera los lápices a las ceras.
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jueves, septiembre 07, 2006


Energía eléctica de Cementerio

En un cementerio patrio han instalado unos paneles que extraen energía de las tumbas con tanta eficiencia , que los muertos son capaces de hacer reventar de luz cuatro poblaciones a la vez.

Hasta la fecha disfrutaba yo de la ensoñación romántica de la rosa naciendo de las cenizas del amado, del humus humano haciendo brotar la enredadera, del poeta encaramándose al cielo a través del tronco y las hojas de un nogal.

Pero tamaña practicidad energética de fuegos fatuos corales y muertos trabajando después de espicharla no puede por menos de erizar mis vellos.

Esta es la vida después de la vida que nos prometían.

Yo no quiero dar energía después de muerta para encender, teles, ni hornos microondas, ni árboles de navidad.

Que me quemen, y si luego tienen tiempo y ganas, que me esparzan desde la noria grande del parque de atracciones, pero, por favor, no me hagan ponerla en funcionamiento.


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martes, septiembre 05, 2006


Oda a Beckham, Padre por tercera vez.

¡Oh Beckham!, Cid campeador de la progenie,
protéico, prometeíco ,
proactivo goleador albión.

Pater familias de capilla sixtina, de tímida amenaza sexual intacta .
Axila inspiradora de fragancias y afeites.

Padre potente, Casanova de las pelotas.
En tus ojos azules como porcelana de Oriente se miran curas y obispos.

Los jerifaltes del Opus recuperan la esperanza.
Aun hay gente que pone más de un hijo y medio sobre la piel de toro.

Tu esposa, esfinge sin respuestas, frágil, esbelta cual gacela.
Y sin embargo …..¡Que poderosa cadera, que insospechada potencia pélvica!.

Que impulso atómico para lanzar al mundo infantes que protege mientras se desliza sobre sus esquíes,
poniéndoles la manita sobre la cara sin descomponer el rostro.

Hijos que no tienen nombres, sino gentilicios de las ciudades donde fueron diseñados,
y de personajes amatorios de infausto sino.
Resonancias neoyorkinas , Shakespearianas, Brooklyn, Romeo….
Oh imanes, imanes de bolsas propias y vidas ajenas.

Sutiles, dais pistas de donde os amasteis,
scouts de la pasión.
Y en que modo, y con que intensidad se acoplaron vuestros cuerpos,
enredados en un amor con perfume de aftershave.

Y yo loo a placer a vuestra progenie,
criaturas con diseño cromosómico de alta tecnología,
genes sin aristas,esferas pulidas de brillo mercurial,
genes como planetas sin satélites,
cromosomas perfumados,
óvulos acogedores, con habitación de invitados.

Beckham, Oh Beckham pater, perdónanos nuestras ofensas y venga a nosotros tu Reino. Leer más...

viernes, septiembre 01, 2006

Síndrome postvacacional

Síndrome postvacacional
Si hay alguien que esté a favor de la introspección psicológica y de la ayuda del loquero soy yo.
Mi primer amor fue un amiguito que con diecisiete años ya había estudiado cuatro de medicina e iba para psiquiatra, además disponía de un abdominal con un alicatado impecable. Ya sabeis que la combinación entre de la neurona cultivada con el biceps fibroso me pone mucho, que le vamos a hacer.

El padre de mis vástagos era psicólogo (por la Sorbona ¿eh?) y listo como pocos. Montó un centro de terapia sobre las procelosas cimas de un pueblecito costero donde iba la flor y sobre todo la nata, de los neuróticos con pasta y bandolera.
Esto significa que he consumido todo tipo de terapias y talleres sin pasar por caja. Así que, intentando desentrañar los misterios y caprichos de mi psique, he sido pasto de psicoanalistas con diván de Philip Starck y cuño lacaniano, jungiano, freudiano, annafreudiano, melaniekleiniano, conductistas postpaulovianos sin perro, gurús con resaca de la era de acuario, psiquiatras gestálticos de Berkeley con kaftan y barbas, curadores a través del color, de los prismas, del barro, de la escritura japonesa, del haiku, de los colores, de los números, de los cuarzos.
He sido víctima gustosa de enderezadores del chakra , aventureros de la danza luxados y discípulos de Twyla Dwarf y la Graham, renacedores de piscina con pantalones de Kenzo, virtuosos del piano con ocarina, actualizadores de ritos andinos y cuentas suizas, visionarios de serpientes emplumadas nacidos en Oxford Street sin blanca, curadores a través de las vibraciones del gong tibetano, del barro, de las vitaminas, del ylang ylang, de los canastos de mimbre y la natación.

Menuda suerte. Durante años tomé te y pastas junto al mar con lo más granado de la psiquiatría y psicología internacional y con más de un pedorro con incienso.

Pero amiguitos, escucho lo del síndrome postvacacional y mi maltrecha carne de diván se enerva. Ay lectores queridos, es que la vuelta a la oficina pone malita a la gente, irritable, díscola, neurotiquilla. Se les cae el café en el pantalón y se hunden, el compañero les pide un informe y se suicidan. Conscientes del problema, algunas empresas ponen a disposición de los recién incorporados un gabinete psicológico, al parecer con gran éxito.
Con ponerle un cartelito de síndrome a los problemas, ya nos dan excusa para ser descontrolados, y directamente estúpidos. La frustración existe, y no estaría mal aprender a soportarla un poquito, incluso sin ayuda.
No a los síndromes tontos que nos dan permiso para ser débiles bajo el rotulo de la enfermedad, no, no y no. He dicho.
Tu comentario es el mejor regalo, no seas tacaño.....
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